miércoles, enero 24, 2007


Echar DEDO, una costumbre olvidada

Hoy en día es una práctica prohibida y mal vista. Con todas las historias recopiladas de burundanga, robos y demás, del que muchos han sido víctimas, pues la práctica de echar dedo se extinguió como está sucediendo con las muelas del juicio final o cordales en las nuevas generaciones.
Ya conozco un par de exponentes de esta nueva raza humana que no tiene las temidas cordales que a más de uno nos costó una traumática extracción – es mejor las cuatro de una- aseguran los gurús dentales.
Hoy sedan completamente al paciente con la supervisión de un anestesista y tan tan. Problema solucionado sin sentir un ápice de dolor y mucho menos el trauma de ver al dentista encaramado sobre uno tratando de sacar las tales cordales mientras internamente retumba en los oídos con amplificación en estéreo el chasquido que se produce cuando las raíces finalmente ceden y la muela queda a tiro de as para por fin salir dejando un hilillo sangriento de babas y otros fluidos con el que uno queda chorreado, además de la sensación de boca inflamada como una caricatura. Es más, uno no siente boca sino BEMBA como le llaman los negros.
Esa sensación es a la que se puede exponer cualquier avezado temerario al echar dedo y caer fácilmente en una trampa de burundanga. Aunque siempre me he preguntado si los malos circulan en sus carros por la ciudad con burundanga lista para ser dosificada a todo aquel que se atreva a echar dedo y pedir un aventón por exceso de liquidez.
La primera y última vez que eché dedo fue como en el año 87. Salía de visitar a una novia que vivía en Niza. Eran como las 12 de la noche, la bicicleta se había pinchado (a veces por la distancia podía irme en bicicleta) y cuando estaba en la 127 listo para tomar un taxi, , revisé los bolsillos y ni un centavo encima.
Solución: echar dedo. Por qué no? Ni modo de devolverme a esa hora a pedir prestado y timbrar donde la novia, ni modo de llamar a la mamita a que dejara plata en la portería, ni modo de nada y ¿caminar? pues qué locha.
Un cierto culillito me invadió mientras estiraba la mano para pedir el chance hasta que un carro frenó casi en seco para recogerme. Sobresalto total. Está bien que a uno le paren, ¿pero en seco? Yo me quedé frío y no quise mirar al carro que paró unos metros delante de donde yo estaba. Me aculillé totalmente, pensé que el carro estaba atestado de maricas y se iban de fiesta conmigo, pensé que era Pablo Escobar de incógnito y me iba a reclutar para hacer negocios, pensé que era Rutger Hauer (the hitcher) que viajó a Colombia a buscar víctimas y me hice el de las gafas. En ese momento caí en la cuenta de lo peligroso de echar dedo hasta que escuché un grito que salía de una ventana del carro. ¡Móntese huevón y lo llevamos a su casa!. - Esa voz la conozco- pensé, mientras volteaba a mirar haciéndome el desentendido. Como si alguien más estuviera echando dedo a esa hora. Como si echar dedo fuera una práctica colectiva y natural como darse el saludo de la paz en la iglesia.
Ji ji, era un primo que iba de vuelta a su casa con una amiga que iba manejando. Muy de buenas. Y las probabilidades en aquel entonces, con una población cercana a los 4 millones de habitantes en Bogotá, de ser recogido en la calle y a las 12 de la noche por alguien conocido, pues es como ganarse hoy el Baloto. Si esa misma situación me pasara hoy en día, empeño mi casa y apuesto todo en un chance callejero al número de la placa del carro que me recogió.
Esto último que digo demuestra que cuando uno crece, surgen mejores ideas y la capacidad de aprovechamiento de la situación se hace más aguda. ¿Será que vale la pena volver a echar dedo?

Etiquetas: ,